Foto Paula Carbonell

 

La RAE define la palabra monstruo de la siguiente manera en algunas de sus acepciones: Del lat. monstrum, con infl. de monstruoso.
Ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie.
Ser fantástico que causa espanto.
Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea.

Los monstruos forman parte de nuestro imaginario, son seres de los que huimos, seres que no queremos cerca, pero tampoco podemos dejar de escuchar lo que nos cuentan sobre ellos.

Un monstruo siempre es enemigo a batir, nadie quiere un monstruo a su lado, ni en su vida ni en sus sueños, un monstruo es de las pocas cosas que nos hace estar de acuerdo, lo queremos a ser posible enfrente, lejos, y no de frente, o no lo queremos.

Los seres monstruosos más terroríficos son los que se nos parecen; los que se transforman en personas; y esos que llamamos híbridos, que tienen algo del ser humano o casi.

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¿Cómo puedes distinguir la cucaracha del Hutu?
Tienes varios métodos para elegir.
La cucaracha tiene un hueco entre sus dientes delanteros.
La cucaracha tiene talones estrechos.
La cucaracha tiene ocho pares de costillas.
La cucaracha tiene marcas elásticas en los muslos cerca del trasero.
La cucaracha tiene una nariz fina.
El pelo de la cucaracha no es tan rizado.
El cráneo de la cucaracha es alargado en la nuca, y su frente es inclinada.
La cucaracha es alta, y hay altivez en su mirada.
La cucaracha tiene una pronunciada manzana de Adán.

(locutor de RTML, abril de 1994, Ruanda).

El miedo produce monstruos, y las historias de miedo, bien pergeñadas y derramadas sobre una audiencia desprevenida a través de los medios de masas, pueden convertir en monstruos a comunidades enteras. A lo largo de los siglos, los propagandistas del miedo se han encargado de la desfiguración moral, intelectual y física del Otro, — el Enemigo, el Monstruo— , atizando a menudo el furor de las masas contra sus propios vecinos, justificando su señalamiento y discriminación, y legitimando su segregación, esclavitud o exterminio.

foto Irene Henche

En esta nuevo boletín de AEDA en la que el tema es lo monstruoso, mi artículo versará sobre la sombra.

La palabra monstruo viene del latín monstrum y está relacionada con la idea de la aparición de un prodigio, un suceso sobrenatural que mostraba la voluntad de los dioses, por lo que estaba unida a la idea de avisar, de advertir.

Originariamente, la palabra se utilizaba para referirse a un portento de la naturaleza, pero muy especialmente a un ser deforme. En la Antigüedad, cuando nacía un niño o un animal con algún tipo de malformación se creía que eso era un aviso: los dioses enviaban estas criaturas como una señal de que iba a suceder algo terrible. Esta creencia se mantuvo bien viva durante la Edad Media y todavía en el inicio de la Edad Moderna.
En esos tiempos, la creencia de que matando al ser monstruoso, la comunidad quedaría libre de grandes males, produjo una inmensa crueldad hacia esos seres deformes, que todavía permanece en nuestros días en forma de rechazo, hostilidad y agresión a lo diferente.

“Lo otro no existe: tal es la fe racional,
la incurable creencia de la razón humana. [...]
Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste;
es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes.”

Antonio Machado, Juan de Mairena

 

Foto Ana Griott

Ana Griott, foto de ©Miguel Ángel Invarato

Lo monstruoso*

La palabra “monstruo” viene de monstrare, ‘enseñar’. De ahí que etimológicamente “maestro” y “monstruo” tengan una relación radical, de raíz, porque el monstruo, como el maestro, es quien se te pone delante y te muestra algo de ti que desconoces o que intuyes pero no sabes. Por eso el monstruo es el otro, “la incurable otredad que padece lo uno”, por seguir citando a Antonio Machado. Ese otro, pues, que es como uno mismo pero que para verlo, para verte, ha de estar fuera. En las profundidades del ser cavernario se da la intuición o la transformación pero no el conocimiento, ya lo decía Platón.

Jhon Ardila

Mi nombre es Jhon Ardila. Nací en 1983 en un trozo de tierra colombiana que reivindica orgulloso sus raíces históricas insurrectas (El departamento de Santander). Crecí escuchando a mis padres ganarse la vida con la lengua y todos su recursos (son comerciantes). Por primera vez vi a un narrador de cuentos orales profesional en el año 2000. Aquello me emocionó e impresionó. Decidí formarme como tal y por primea vez conté un cuento ante un público en el año 2003. Fue desastroso. Me licencié en derecho en el año 2005 con la idea romántica de ser un abogado al servicio del pueblo. Las leyes se encargaron de decepcionarme, pero las gentes que defendía me llenaron de ilusión. Como abogado defensor de derechos humanos escuché muchas historias; unas trágicas y otras esperanzadoras. Escuchando a obreros, campesinos, trabajadores, indígenas y víctimas, hombres y mujeres, concluí que las dos cosas (lo jurídico y los cuentos) me movían hacia el mismo lugar; contribuir minúsculamente a hacer del mundo un lugar mejor, donde todos viviéramos con dignidad. De la mano de esa idea seguí caminando; con la defensa jurídica de los derechos y con los cuentos orales. Y así, la buena suerte me trajo hasta Sevilla-España en 2009 para cumplir varios sueños; estudiar derechos humanos, contar cuentos fuera de mi país de origen y conocer mundo. Las tres cosas han sido posibles gracias a mi oficio de narrador de historias. Gracias a los cuentos cambié y re-enfoqué mi trabajo de investigación doctoral (mi idea inicial era un aburrido trabajo sobre jurisprudencia internacional de derechos humanos, hasta que mi maestro me escuchó contando y me propuso investigar sobre ello). Gracias a los cuentos he logrado viajar a inhóspitos destinos para trabajar. Gracias a los cuentos pude y puedo conocer “otros mundos”, literal y metafóricamente.

Yoshi flor que palpita1

Mi nombre es Yoshi Hioki y soy de la ciudad de Hirakata de la prefectura de Ôsaka, Japón. Radico en Barcelona desde 1991 y me dedico a la narración oral desde 1999. Cuento, principalmente, cuentos, mitos, leyendas y obras literarias de mi país. Cuando me preguntan a qué me dedico contesto que soy narrador oral. A veces lo entienden y otras veces no tanto. Según el grado de comprensión les explico más o menos. Cuando mis amigos de Japón me preguntan, “¿A qué te dedicas? ¿Qué es lo que haces?, suelo contestarles “Me dedico a algo parecido a Rakugo”. 

Rakugo es la narración oral profesional de mi país cuyos orígenes se remontan al siglo XVII. Esta disciplina artística y profesional no es conocida fuera de mi país como sí lo son el teatro Nô, el Kabuki, el Bunraku, etc. Y es justamente por ser un arte puramente oral y la barrera del idioma es más notoria para ser exportado. Pero en nuestro país tiene el mismo peso y reconocimiento que las otras artes tanto social como cultural. 

Boniface Ofogo

Son las ocho de la noche. Se oyen los primeros cantos de los búhos. Son cantos siniestros. En mi pueblo, situado en el corazón de Camerún, se cree que cuando cantan los búhos, va a morir alguien (supongo que morirá alguien del pueblo, porque siempre muere alguien en algún lugar del mundo). Mi madre está terminando de cocinar a la leña las hojas de mandioca, base de la alimentación de la tribu de los yambassa, de la que soy hijo. Mi padre ya ha regresado de la plantación de cacao, y todos los once hermanos hemos hecho las tareas del colegio.  Estamos en plena estación seca y hace casi treinta grados de temperatura. El resplandor de la luna preside todo este decorado bucólico. 

Tras la copiosa cena en familia, nos disponemos a sentarnos en torno al fuego para proceder al ritual diario de contar y escuchar cuentos. El fuego no es una forma de iluminación primigenia, puesto que la luz traída por la luna cumple a la perfección esa función. Tampoco sirve como fuente de calefacción, ya que el clima es cálido. Desde el punto de vista antropológico, el fuego es un elemento que convoca a la comunidad, es el símbolo mismo de la civilización humana. Sirve también para mantener viva la memoria colectiva. Según cuenta Juan Luis Arsuaga, director de los yacimientos de Atapuerca, los primeros homínidos, los australopitecos, los neandertales, el homo sapiens, ya tenían costumbre de reunirse en torno a la hoguera para contar historias. Eran historias de caza, de la que ellos vivían.

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