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Contar para bebés es cantar. Esta afirmación, que va más allá del estereotipo que nos sugiere la palabra canción, hace referencia a una emisión vocal más libre, pero entonada, medida y acompasada. Como apoyo para esta declaración tan rotunda, por fortuna he recordado a Steven Mithen, quien en su libro Los neandertales cantaban rap. Los orígenes de la música y el lenguaje dice lo siguiente:

El Festival FragaTcuenta surgió hace diez años en nuestra ciudad como una necesidad: una necesidad de la sociedad por volver a escuchar historias de viva voz, historias que habían quedado relegadas a los libros y a los niños. Ya andaban, hacia un tiempo, algunos de nuestros maestros y maestras organizando a grupos de madres y padres para contar cuentos en las clases, al entender la oralidad como un paso previo y complementario a la lectura. Además, en las bibliotecas programábamos tímida y esporádicamente a cuentistas del panorama nacional que solían sorprendernos con sus historias.

Estando así las cosas, un grupo de personas vinculados al municipio y relacionados con el ámbito de la literatura infantil y la narración oral propusieron al Ayuntamiento la programación de un festival de oralidad, como una forma innovadora de poner a la ciudad en el candelero cultural. La Corporación aceptó y las bibliotecarias y el resto de agentes culturales locales hicieron suya la propuesta.

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Nací y me crie en un entorno hispanohablante. Mi lengua materna (1) es el español. También se da la circunstancia que mi madre nació en un pueblito situado en las faldas de la Sierra Nevada de California y se crio en un entorno bilingüe (2) inglés y español.

El resultado de esta mezcla es que yo fui criado en español, pero desde bebé a mis oídos llegaron expresiones, rimas, cancioncillas, etc., en inglés. Cuando alcancé la adolescencia tenía una sólida base del conocimiento del inglés que hizo que, de manera natural, y con algún verano en los EE. UU. de por medio, llegara a ser bilingüe.

Llevo contando cuentos de manera profesional unos 9 años y casi siempre he contado en inglés. Casi siempre a un público cuya lengua materna es el español. Esto ha hecho que durante este tiempo haya adquirido una serie de herramientas muy específicas que uso a la hora de narrar. 

En los últimos meses he empezado también a narrar en español y resulta que parte del trabajo que he realizado hasta ahora para llegar a tener mi propia voz narradora no me sirve de nada. Resulta que una buena parte de esas herramientas que os comentaba antes no las puedo utilizar a la hora de narrar en español. En cierto modo es como volver a empezar y da algo de vértigo. Volver a esa inseguridad de la que ya me empezaba a librar. Aunque si lo pienso bien también es bonito poder librarme de ciertos vicios adquiridos. Volver a empezar, pero con ventaja.

Me doy cuenta de que mi voz narradora no puede ser la misma cuando narro en inglés y cuando narro en español. Lo he intentado, pero creo que mi cerebro no manda las ordenes correctas a mi boca, a mis ojos, a mis manos... ¿Será esta una consecuencia más de mi cerebro bilingüe?

Cuando llegué a Galicia yo era vegetariano. Así empieza uno de mis espectáculos y creo que la frase sugiere de manera bastante gráfica el choque que supuso para mí el traslado desde mi Turín natal a Santiago de Compostela. La palabra “era” indica el desarrollo sucesivo de los acontecimientos. En ese momento yo tenía 23 años, era un estudiante universitario a quien habían adjudicado la beca Erasmus para estudiar en el extranjero, y había decidido ir a Santiago porque era la universidad que ofrecía la estancia más larga. Además buscaba sol y calor, así que no podía haber destino mejor. Eso también da una idea de mis conocimientos previos respecto a la península ibérica. Me subí al avión sin saber ni una palabra de castellano y me encontré en una ciudad donde además se hablaba mayormente gallego. 

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Durante el año de Erasmus monté mi primera compañía teatral –en Turín me había formado paralelamente en las artes escénicas– y allí empezó el camino que años después me conduciría a la narración oral. El primer montaje era prácticamente sin palabras, en el segundo utilizábamos una serie de grammelots del inglés, el italiano, el japonés y el marciano, y finalmente llegarían los espectáculos en castellano y en gallego.

Hace unos meses escribí un artículo para Faristol en el que hablaba del viaje del cuento de tradición oral en los doscientos últimos años, un viaje que lo llevó de la boca al papel, del papel al cuarto de los niños y del cuarto de los niños a la boca de nuevo, en esta ocasión vestido de estrategia de animación a la lectura. En ese recorrido cambió el mundo y cambiaron los modos de vida enormemente, pero el cuento contado pareció encontrar nuevos lugares y nuevas bocas y orejas para seguir siendo. Terminaba aquel artículo contando que el empujón provocado por la demanda de narración oral (en muchos casos como estrategia de animación a la lectura, insisto) había logrado consolidar un colectivo de cuentistas profesionales que, poco a poco, fue siendo cada vez más consciente del valor de la oralidad y la importancia del cuento contado en sí mismo, sin otra intención añadida (fuera esta animar a leer, educar en valores, trabajar el ciclo del agua... o cualquiera otra).

Sin embargo hay otro protagonista que, al hilo de este interés por la tradición oral y el cuento contado, parece haber sido invitado a formar parte de esta renovada fiesta de la palabra dicha, se trata del cuentista popular, del narrador oral natural o tradicional (lo voy a llamar de las tres maneras indistintamente a lo largo de todo el artículo), el mismo que, a lo largo de miles de años, fue el garante de la pervivencia y transmisión de los cuentos tradicionales. 

Durante muchos años los folkloristas parecieron centrar sus trabajos en la compilación, comparación y estudio de los cuentos tradicionales, sin embargo, a mediados del S. XX, apareció la escuela sociocultural del estudio del folklore que se centraba en los cuentistas, en su capacidad para recordar los cuentos y en su habilidad para contarlos, y así fue cómo el narrador tradicional pasó a ser también objeto de estudio de los folkloristas.

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Lo monstruoso posee el estigma de una identidad deteriorada que se define en contraste con la norma establecida y que resulta desestabilizada por la desmesura, la carencia o el exceso frente a los otros seres. Lo monstruoso violenta la norma por su ontología, ya sea en el plano físico o moral, o incluso en ambos. El monstruo como antítesis del ser humano puede poseer una mutación, una deformidad, una ausencia o exceso en el número de partes - cabezas, brazos, ojos, piernas - modificación en el tamaño - gigantes, enanos…- los dobles o compuestos, los híbridos o la mezcla de sexos.

Aristóteles denomina “accidentes” a los “monstruos”, una palabra con la cual nombra los resultados irregulares del proceso de generación. Las irregularidades/desviaciones posibles pueden ocurrir en el proceso de gestación de un animal; los “monstruos” son una especie de “mutilación”. En este contexto la generación de las mujeres constituye para el filósofo una irregularidad o desviación necesaria de la naturaleza. Por tal razón, Aristóteles explica que lo natural es la preeminencia del principio masculino y los movimientos del semen sobre los de la materia en la reproducción, aunque la hembra es necesaria para la reproducción y conservación de las especies de los animales. Sin embargo, el filósofo afirma: “Y es que las hembras son más débiles y frías por naturaleza y hay que considerar al sexo femenino como una malformación natural”. Y así seguimos las mujeres en el imaginario colectivo hegemónico, como una malformación.

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