El comienzo – La historia de Felipe

El viajecito de Felipe nació a comienzos del año 2007 en una parrilla del barrio porteño de Caballito.

Los cuatro fundadores (Tapia-Gallego-Benvenutti y de la Serna) éramos alumnos del taller de Juan Moreno. Nunca coincidimos los cuatro en un mismo curso pero nos conocíamos, nos habíamos escuchado narrar y teníamos ganas de hacer algo juntos. A fines de 2006 Gallego propuso la idea de juntarnos. Lo primero que hicimos como grupo fue organizar un partidito de futbol un tarde invierno mientras el cielo de Buenos Aires se caía en forma de una tormenta espectacular. Ese innecesario, húmedo y torpe partido de futbol bajo la lluvia fue, digamos, nuestro primer hecho artístico como compañía.

Para el otoño de 2007 sabíamos que éramos una compañía de cuenteros y que teníamos una sala disponible para estrenar nuestro primer espectáculo, sin embargo, todavía no teníamos nombre. Tres reuniones le habíamos dedicado a este tema y en las tres habíamos fracasado, hasta que una noche nos juntamos a comer en una parrilla a metros del Instituto SUMMA, cuna del resurgimiento de la narración en Argentina.  Juan Moreno y otro narradores comían con nosotros cuando Gallego dijo: “El viajecito” y Tapia respondió: “...de Felipe”. Ahí lo teníamos: “El Viajecito de Felipe”, un nombre ridículo, confuso, infantil y perfecto. Una referencia sin referente, un sonido sin significado y una pregunta que intentaríamos responder con cada espectáculo: ¿Quién es Felipe?

Inventamos una historia y Gallego armó un muñeco. Felipe era Felipe Reta, un ex empleado ferroviario que había tenido un incidente en el phántasma, en aquella parte del espíritu que según Platón anima la imaginación. El phántasma de Felipe se había roto como un cántaro y todos los departamentos de su espíritu fueron invadidos por la viscosa imaginación. Felipe, decíamos por aquel entonces, se convirtió en un prófugo de la realidad, en un viajero incansable al que solo se lo podía conjurar con cuentos.

"Borrón y cuento nuevo" somos Nieves Pérez y Dani Borrón (Dani Muñoz). Contamos juntos porque nos gusta, lo pasamos muy bien.

Este razonamiento tan simple es la base de nuestra relación. Y es que nos gustan las cosas sencillas. Más que un grupo o dúo, nos consideramos dos narradores que comparten sesiones. Nos encanta contarnos y escucharnos (en todos los aspectos de la vida). De ahí surge la complicidad, el juego y, como consecuencia, el grupo. 

Si algo define a "Borrón y cuento nuevo" es el contraste. Somos dos personas (una “NO” tan joven y la otra menos todavía) de mundos totalmente distintos.

Resumiendo (muy resumido): Nieves es más de letras y Dani, más de imagen. Esto es motivo de constantes debates internos, y todas las decisiones tomadas siempre surgen de un trabajo previo contrastado. Vamos, que somos tan cabezotas que, para llegar a un acuerdo, tenemos que verlo claro los dos. Ayuda mucho que ninguno pone en juego la relación personal (que no profesional) en los debates.

La confianza nos proporciona una libertad que nos permite cuestionarnos todo, incluso si seguir juntos, pero hasta ahora, esa libertad, nos ha reafirmado. Esa confianza es lo que nos da la posibilidad de evolucionar como grupo y como narradores individuales.  

Respetamos la evolución del otro (la voz propia), siempre buscando sumar, nunca restar. Esto ha hecho que después de 20 años juntos (comenzamos en 1997) sigamos manteniendo nuestros estilos y mundos individuales muy marcados.

Estas voces tan distintas tienen la ventaja de que siempre hay una mirada objetiva (bueno, lo intentamos) y variada en lo que hacemos, uno ve al otro y esto favorece la crítica, imprescindible para avanzar, y permite dos puntos de vista sobre las historias y maneras de contarlas. Al ser dos, los momentos creativos que cada uno tiene por separado, movilizan al otro, por lo que podríamos decir, son dobles. También nos posibilita la compensación de los momentos menos creativos, nos podemos apoyar el uno en el otro.

inglés / catalán / euskera / gallego

AEDO56

¡Europa!

¿Dónde comienza Europa? ¿Dónde acaba? ¿Qué frontera, qué pueblos, qué cordilleras la limitan?¿Tendríamos que llamarla Europa como la nombran en Suecia? ¿O, quizá, Europe como le dicen en Inglaterra? ¿O Evropa como en Serbo-Croata?¿Es Europa un signo de separación o más bien una promesa de apertura, una obertura geográfica, económica, política? ¿Se define Europa por lo que nos diferencia o por lo que nos hace iguales, por nuestros deseos o por nuestros temores? Y ¿por qué, por todos los dioses, Europa tiene el nombre de una princesa fenicia?

Aceptar un artículo en pleno mes de abril es toda una irresponsabilidad así que a modo de anotaciones esbozo ideas sueltas hilvanadas con una nada lógica estructura que quién sabe si tendrán algún interés.

La tarea de un programador es realmente apasionante, y como toda pasión implica una elevada tensión.

Y no es tarea fácil: buscar una financiación sólida ya que la rentabilidad es solo y todo un horizonte; decidir y definir el tipo de público al que va dirigida la propuesta (y no a capricho de quien programa, sino atendiendo a los vacíos o necesidades de cada lugar y cada momento); elegir qué espectáculos, sesiones, propuestas va a seleccionar primando la idoneidad al público definido, y la calidad y el trabajo por encima de los gustos, afinidades o intereses particulares; ordenarlas en el tiempo, tratando de que esa programación vaya conformando una identidad propia como propuesta. Y evaluar. Evaluar y evaluar.

La persona que programa no puede vivir ajena al universo en el que se mueve aquello que programa. Ha de estar al tanto y mirar todo aquello que tenga posibilidad, escuchar (la propuesta y la reacción del público ante ella), encajar ese trabajo en su Festival o programación.

Mirar, leer, escuchar, y no dejar de mirar, de leer, de buscar, de escuchar... Y, particularmente creo, no dejar de disfrutar.

Programar NARRACIÓN ORAL es MATERIAL SENSIBLE. Aún más que programar otras artes con mayor definición, mayor público, más nitidez, que no quedan exentas de una enorme dificultad.

En muchas ocasiones he dicho que el oficio de narrar es un oficio de riesgo. Que cada vez que nos ponemos delante del público es como si nos desnudásemos, como si nos mostrásemos, como si se tratara de un regalo a punto de ser abierto y que puede o no gustar, puede o no ser lo que esperábamos encontrar. Creo sinceramente que cuando programamos nos pasa lo mismo. Asumimos un gran riesgo y una responsabilidad.

El programador maneja un buen número de variables que hacen que el riesgo aumente. El narrador también. La diferencia es que el programador es el responsable directo de lo que ocurra en la sesión de cuentos, en el festival o en el ciclo. El programador juega con variables que van desde la parte contratante o quién paga la sesión, hasta la puesta en escena, pasando por el tipo de público, el espacio, el narrador o la narradora elegidos, el espectáculo, la difusión, los aspectos técnicos, el caché… Podríamos decir que el éxito de una programación reside en un equilibrio entre todas estas variables. Y así es. Ahora bien, el equilibrio no llega por azar ni por el deseo concedido de un geniecillo en una lámpara maravillosa. El equilibrio viene por el trabajo bien hecho, por la responsabilidad con el oficio de la narración oral. Y es aquí donde el “todo vale” no vale. No, no todo vale:

Son muchas las campañas que se realizan en nuestro país y fuera de sus fronteras para animar a leer a niños y a jóvenes. Pero quizás son pocas las que se plantean cuál es el objetivo principal que se quiere conseguir con este tipo de actividades.

Para animar a leer se ha de fomentar actitudes positivas entorno a la lectura junto con la familia y el entorno, se ha de integrar la lectura en la vida como algo cotidiano. Por unos días los libros habrían de ser los protagonistas para seguir siéndolo el resto de los demás días.

Se ha de intentar que se aprenda a apreciar la lectura como fuente de información, de formación y de entretenimiento. Y sobre todo sugerir el concepto leer por el placer de leer, sin imposiciones, porque, como dice Pennac en su libro Como una novela, "el verbo leer no soporta el imperativo". Aversión que comparte con otros verbos: el verbo amar…, el verbo soñar. Pues bien se trata de amar y soñar.

¿Hay una edad para escuchar cuentos? Para muchísima gente la respuesta es que sí. Los cuentos son sólo para la chiquillería.

La mayoría de la gente joven y adulta en nuestra cultura al crecer ha sido exiliada del mundo de los cuentos y lo que es aún más triste, ignora que hay historias para cada edad del alma, con instrucciones  preciosas y precisas para el oficio de vivir.

Yo cuento para personas de todas las edades, con todo tipo de naufragios y de sueños a cuestas. Cuando me preguntan qué público prefiero siempre dudo. A priori me gustan todos. El peor de los públicos posibles es siempre el que no viene. Seguramente el público que prefiero es el que ha elegido acudir a esta cita a ciegas, que con suerte se convertirá en un encuentro amoroso y que ha venido a escuchar. Cuando se dan estas dos circunstancias, que han elegido venir y que han venido a escuchar, todo fluye de otra manera. En ese trance no suelo reparar en las edades de quien está escuchando. O apenas. Me doy cuenta lo justo para adecuar mi repertorio y mi estilo al momento. Pero hago lo mismo si comparamos dos públicos infantiles diferentes. O dos públicos adultos… Siempre escucho primero, a ver qué historia deseo compartir con ese auditorio en concreto.

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