Un cuento bien narrado suena a pura música porque quien lo cuenta juega con el ritmo, la modulación de la voz, la sonoridad de las palabras, su cadencia, el tono, los silencios… Todos estos recursos de musicalidad son usados por el narrador, la narradora, para mayor gloria del relato y resultan vitales para transmitir, conectar con el público y hacer sentir a cada una de las personas que escuchan. Por esto, por el poder narrativo de las melodías y sonidos, y por otras muchas razones, la relación entre palabra y música es una simbiosis natural, y por ende, la relación entre cuentistas y músicos, convertidos en cómplices al servicio de las historias. 

A día de hoy, son muchos los narradores orales que, para espectáculos concretos, forman dúo con profesionales de la música que, con sus melodías, dan una vuelta de tuerca más a los relatos, ayudando a que las palabras lleguen con más fuerza a los receptores, a acrecentar sus emociones, a envolverles con una banda sonora… Y me interesaba su punto de vista. Por eso he mantenido conversaciones con siete músicos que trabajan codo con codo con contadores de historias para conocer sus motivaciones, cómo han vivido el proceso creativo con el narrador, la narradora, y sus satisfacciones y dificultades en escena. 

Y el resultado es muy rico, tanto por lo variopinto de los perfiles de estos artistas, como por los instrumentos utilizados para acompañar los cuentos, los géneros musicales, públicos a los que se dirigen y formas de trabajar. No obstante, existen algunos rasgos comunes. El más destacable: el deseo de todos ellos por contribuir a encumbrar el texto hablado, por aportar sin saturar el oído, así como su implicación y respeto por las historias y la compenetración con quién las narra.

 

Parejas bien avenidas

Precisamente, para que un proyecto de esta naturaleza se lleve a cabo con éxito, el primer requisito seguramente sea la afinidad artística e incluso personal entre los implicados, teniendo en cuenta que la relación, al tratarse casi siempre de dúos, por fuerza es cercana. 

Cierto es que encontramos muchos narradores con formación musical y ellos mismos realizan ambos papeles: músico y narrador (Ver artículo “Mi tina y yo”, de Luís Correia Carmelo en el Boletín n.º 8 de AEDA) y, aunque haberlas haylas, apenas he tenido noticia de formaciones de tríos o cuartetos. 

Favorece el entendimiento el que muchos de los músicos que forman estas parejas con narradores, directamente se declaran “enamorados” de los cuentos y la literatura. De las respuestas de los siete entrevistados también se infiere mucha química, en el plano artístico y normalmente también en el personal, con los cuenteros con quienes colaboran. 

Sólo un par de ejemplos, aunque podría citar muchos más: Karina Lacourtois, la percusionista argentina, pareja artística de la narradora Cristina Temprano en el espectáculo familiar “Viaje al horizonte”, expresa su afición desde muy chiquita por la literatura, lo que le llevó más tarde a ser espectadora de sesiones de narración oral: “Yo conocía a Cristina de antes, no personalmente, sino como artista. Había ido a verla muchas veces y me encantaba lo que hacía (…) Y ella también me había visto actuar a mí. Había una admiración mutua previa”, confiesa.  

Sonsoles Penadique, quien enriquece con su acordeón diatónico y su voz las narraciones de la cuentera Vero Rilo en varios de sus espectáculos para bebés y niños (“Arre Ru”, “O pozo das señoras”) explica cómo es su relación con ella: “Vero y yo somos bastante intuitivas y nos compenetramos muy bien (…) Todo es muy natural. Somos colegas y nos entendemos.”

 

Al compás que marca el cuento

Los instrumentos suenan guiados por las narraciones. Así funcionan la mayoría, salvo excepciones, de los tándems narrador-músico. El primero tiene una idea definida de lo que quiere contar y la música se va acoplando al guion. Los músicos asumen un papel complementario, e incluso manifiestan cierto temor a restar protagonismo a las palabras, así como al exceso de ruido. 

Elena Jiménez, clarinetista, compositora de bandas sonoras y colaboradora de varios narradores andaluces (Filiberto Chamorro, Diego Magdaleno, Alberto Mateo…) explica: “En la mayoría de las ocasiones el cuento es el que manda, si bien ocurre a veces que la música es la protagonista del cuento, cuando éste gira en torno a una canción o melodía”. Y en línea con lo que opinan el resto de sus compañeros músicos entrevistados para este artículo cree que “es importante saber dosificar”. 

La música puede llegar a convertirse en algo monótono si lo inunda todo sin medida, por eso hay que dejar espacio a los silencios o a la narración desnuda, teniendo la sensibilidad musical suficiente como para saber dónde y qué sonidos o melodías pueden enriquecer sin tapar. “Mi acordeón acompaña a la palabra, la viste, con cuidado de no quitarle protagonismo”, manifiesta Iosu Lizarraga, quien forma dúo artístico con la narradora Inés Bengoa en el espectáculo de cuentos eróticos “Escalofrío”.

Se podría considerar una excepción a esta supeditación de lo musical ante lo oral, el espectáculo “El viaje del didgeridoo”, escrito y contado por Raquel López, quien se inspiró en los instrumentos nada convencionales que maneja su partenaire, Daniel Puig sobre el escenario para crear el texto. Así, los cuencos tibetanos y el didgeridoo, instrumento australiano que da nombre a la sesión, son los protagonistas de una historia creada para que niños y grandes conozcan sus orígenes y cómo suenan. 

Puig expone: “Cuenta un viaje por los distintos países donde están estos instrumentos. Está creada para mostrarlos (…) Al final de la sesión hay un concierto. Luego se acercan niños y adultos que quieren probarlos y durante la sesión también los niños pueden tocar un poco”. 

 

Para un roto y para un descosido

Aunque lo habitual es que no lleve la “voz cantante” en la relación, la música es para los cuentos una compañera de viaje tremendamente versátil que puede cumplir cualquier papel imaginable. Algunas de sus posibles funciones están recogidas en el artículo “Contar con música”, de Charo Pita (publicado en el Boletín n.º 8 de AEDA). 

Para Uxía López, acordeonista y profesora de música que forma pareja artística con quien firma este artículo en el espectáculo “Orgullo rural”: “Música y texto son algo mágicamente complementario. Por supuesto, funcionan perfectamente por separado, pero cuando van de la mano, encontramos modos de expresión maravillosos.  La música junto a la narración oral enfatiza, complementa, favorece la creación de ambientes, facilita momentos entre textos para pensar, reflexionar, sentir...”

Y dentro de esta complementariedad a la que se refiere Uxía López, uno de los usos más recurrentes de la música es el de crear ambientes o potenciarlos. Iosu Lizarraga indica que tras decidir Inés Bengoa los relatos y los estilos que buscaba para envolverlos, se definió el repertorio básicamente “por los periodos en los que se desarrollan las historias, para crear la atmósfera adecuada. Hay un charlestón, un tango, una pieza árabe…”. Es decir, la música crea un contexto para el cuento y puede ir solapándose con las palabras, precediéndolo o como cierre. 

En otras ocasiones, una determinada melodía o instrumento se identifica con un personaje o con un lugar y cada vez que hay referencia a ello, el sonido delata su presencia. En la sesión familiar compuesta por relatos de misterio, “Cuentos de noche”, que supuso la primera colaboración de la flautista Diana Ojeda y la narradora Beatriz Aguado durante la Semana Gótica de Madrid, esta profesional especializada en música clásica, asegura que “había un cuento en el que cada personaje tenía su música. Al usar esa música, traíamos a ese personaje a escena. Luego, para hilar los cuentos, usábamos un pequeño conjuro que iba acompañado siempre de la misma melodía”. Y ese es otro de los usos musicales dentro de las sesiones de cuentos: servir de hilo conductor o elemento de transición. 

Muy común asimismo es realizar efectos dramáticos como el sonido de una puerta que se abre o los cascos de un caballo sobre la calzada. Entre los entrevistados hay acordeonistas (un instrumento muy versátil, según declaran), flautistas, clarinetistas, etc. Casi todos capaces de tocar más de un instrumento, pero para este tipo de sonidos suelen recurrir, si es necesario, y hablando en términos generales, a pequeños elementos de percusión. 

Karina Lacourtois va más allá y habla de momentos en los que “el instrumento cobra cierta vida. Se mete dentro del cuento”. Y lo ilustra con un ejemplo: uno de los relatos que cuenta Cristina Temprano habla de un elefante. Para la percusionista éste está representado por el birimbao, (objeto percusivo con forma alargada) que ella levanta como si fuese la trompa del animal. Identifica así personaje con objeto. 

 

¿Guion o improvisación?

¿Los momentos musicales y las canciones concretas que aparecerán en las sesiones de narración oral están previamente acordados? Respuesta “gallega”: depende. En casi todos los casos analizados existe una pauta clara de cómo se intercalan o solapan las canciones con el texto y a partir de ahí, músicos y narradores tienen más o menos margen para la improvisación. 

En parejas como Inés Bengoa/Iosu Lizarraga, Raquel López/Dani Puig o Elia Tralará/Uxía López, sin caer en la rigidez, los momentos musicales y las piezas que se tocarán están bastante definidos de antemano. 

Sin embargo, para la maestra y músico Sonsoles Penadique, el margen es bastante amplio: “Toco sobre todo temas de la música popular y a veces cosas de jazz. Hago una especie de banda sonora de los cuentos e improviso mucho”. Añade que su compañera, la narradora, Vero Rilo, frecuentemente varía la estructura marcada y ella se adapta a los cambios, así como al estado anímico del auditorio: “Hay que tocar un tema, pero si vemos que está el público animado, le damos dos vueltas en lugar de una”. 

Un caso muy particular es el de Elena Jiménez, quien colabora, como anteriormente he señalado, con varios narradores andaluces. Lo suyo es la improvisación pura, a veces incluso sin ensayos previos, únicamente conociendo mínimamente la estructura de la sesión y/o la trama de los cuentos.  “Me cuentan de qué va la sesión, elijo los instrumentos y pienso más o menos en lo que puedo hacer. Yo tengo unos recursos musicales y voy improvisando. Además, como normalmente conozco a cada narrador, sus gestos, etc. y ellos a mí, todo es más sencillo. Es como una jam session”, revela. 

Y reitera que aunque se trate una sesión que ha hecho varias veces y con el mismo narrador, siempre cambian algunos elementos, “a no ser que haya funcionado muy bien”, matiza. “Y aún así, las melodías las improviso siempre, por ejemplo: nunca son las mismas”. 

La improvisación es donde ella se mueve como pez en el agua, ya sea colaborando con narradores o en otros ámbitos como los conciertos o la música de cine. Cree que es un acicate para que el espectáculo esté vivo: “Cuando trabajas con narradores, siempre en escena tienes que estar a la que salta” y argumenta: “El narrador monta la historia, pero después, en el escenario siempre cambian las cosas. Ni ellos ni yo nos podemos sentir atados”.  

Sí hay una preparación más concienzuda para sesiones muy específicas, como “Las mujeres del Quijote”, que realiza con el narrador Filiberto Chamorro. Para empezar, cambia la colección de instrumentos que lleva, que en este caso incluye algunos que de algún modo remiten a la época que evocan los cuentos: zanfona, cítara, arpa… Y reconoce, además, que en su día se empapó de músicas susceptibles de encajar con la temática. 

 

Fronteras

Otra característica que he encontrado en los músicos compañeros de narradores en escena es que sus intervenciones fuera de lo musical, son escasas. Puede haber pequeños diálogos escénicos entre ambos, lenguaje gestual que apoye un pasaje del cuento o intervenciones más o menos discretas, pero, por lo general, está bastante delimitado el territorio de cada cual.

La flautista Diana Ojeda, que además de “Cuentos de noche”, prepara con Beatriz Aguado una sesión para niños de 2 y 3 años, asegura: “Yo no hablo durante el espectáculo. Interpreto, pero no hablo. Tampoco estoy ajena, claro. Digamos que mi voz es la música y Bea encarna la palabra”. Del mismo modo, en el tándem Penadique/Rilo hay diálogo a nivel corporal y gestual, pero no demasiado intercambio verbal: “No me gusta meterme en lo que no domino. Yo hago una parte gestual y la musical. El peso lo lleva Vero y funciona bien. Yo me siento cómoda en mi papel de músico”, dice la primera. 

Iosu Lizarraga, en la misma línea, reconoce que la palabra no es lo suyo, aunque sí hay pequeñas intervenciones, al margen de lo musical o de lo narrado: “Inés baila en un momento, se acerca y hay algo interacción entre los dos; en otro momento simulamos que le doy una colleja…”

Sin embargo, es más frecuente que suceda lo contrario: que el narrador o narradora realice incursiones en lo musical, más allá de lo narrado, bien sea tocando un instrumento o cantando. En “Orgullo rural”, por ejemplo, quien escribe este artículo toca el ukelele y canta junto a Uxía López; Cristina Temprano es una narradora con formación musical y utiliza la flauta o la percusión, además de la voz, en varios de sus espectáculos; Inés Bengoa canta y baila en “Escalofríos” y Vero Rilo hace lo propio en sus colaboraciones con músicos. También el público participa a veces en el juego musical y en algunas sesiones canta e incluso puede llegar a bailar. 

 

Muchos “pros” y pocos “contras”

Otra característica que se repite en los entrevistados, es que son músicos con un largo recorrido profesional, años de trabajo a sus espaldas y que, además de las colaboraciones mencionadas, se mueven en otras áreas, ya sea con grupos musicales, en la composición de bandas sonoras, tocando junto a formaciones teatrales, de títeres, artistas callejeros… Todos muestran cierta inclinación a lo multidisciplinar, lo que puede explicar su incursión en estas aventuras.

Cuando se les pregunta sobre ventajas e inconvenientes de trabajar con la narración oral, les cuesta más trabajo pensar en lo segundo. 

El grado de atención que requieren los dúos en escena, la escucha y coordinación, tal vez sea lo más mencionado. “En algunos ensayos ya me ha pasado entrar tarde porque me había quedado ensimismada escuchando la narración”, cuenta Uxía López. Algo similar menciona Karina Lacourtois: “Me meto tanto en el cuento que tengo que tener cuidado de no emocionarme”; o Daniel Puig: “Hay que estar muy atento porque a veces al narrar varía lo que has ensayado. Hay que ir sincronizados, ajustarse bien y no pasarse de tiempos”. 

Elena Jiménez, la que más tiempo lleva trabajando con narradores (casi una década), destaca que sus mayores dificultades surgen con cuentistas novatos “que a veces se adelantan mucho en escena y te dejan detrás”.  Le gusta, no obstante, trabajar con todo tipo de narradores y, declara: “Si además poseen formación o sensibilidad como para saber cómo es el compás, los tiempos, el fraseo… eso es un plus”.

A Diana Ojeda le costó dar con las composiciones adecuadas para cada cuento y para Sonsoles Penadique lo más complicado son los cierres: “Unas historias piden cerrar con música o lo contrario y hay que afinar bien, dar con la fórmula más adecuada”. 

Pero ninguno de estos profesionales (que así se pueden considerar por su formación e implicación, aunque en algunos casos la música no sea su mayor fuente de ingresos) encuentra hándicaps de importancia, más bien da la sensación, a tenor de sus respuestas, de que todos los procesos han sido fluidos y muy satisfactorios. 

Por un lado, se sienten valorados y bien remunerados cuando trabajan con narradores. Algunos destacan que las condiciones tanto laborales como económicas son, por lo general, mejores a las que han encontrado en otras esferas dentro del mundo escénico. Pero más allá de los aspectos pragmáticos, hay otras compensaciones:“En mi caso concreto, el acercarme a un tipo de público quizá algo diferente al que suelo estar habituada”, destaca Uxía López, quien continúa: “también el trabajo en equipo y pluridisciplinar, que a mí me gusta especialmente porque creo que es muy enriquecedor. Y el aprender del trabajo de los compañeros narradores”. 

Para Diana Ojeda las propuestas en las que participa, dirigidas a público familiar, son “muy completas. La palabra ayuda a que el mensaje musical llegue. Los niños tienen que aprender a escuchar. Están más acostumbrados a escuchar cuentos, pero no tanto a la música instrumental (…) Es todavía una asignatura pendiente. Hay que quitarle ese halo de solemnidad que tiene”. Y da más razones a favor de seguir esta senda: “Lo disfruto muchísimo. Para mí es más relajado que un concierto porque no busco técnicamente la perfección. Busco transmitir. Me siento más libre.”

Y Karina Lacourtois, quien muestra idéntica pasión por las dos disciplinas que se dan cita en estas sesiones, resume en un párrafo seguramente el sentir de todos los que nos dedicamos a la narración oral y/o la música: “Me siento muy afortunada de poder estar siendo parte de un movimiento para recuperar la narración. En la era del “yaismo” (queremos todo ¡ya!) es muy bonito cuando ves que el público se mete en las historias y que conecta con lo más primitivo”. 

Elia Tralará

 

Anexo: Información y vídeos de los espectáculos citados a lo largo de este artículo.

 

Este artículo pertenece al Boletín n.º 60 de AEDA – A ritmo de cuento