En un día como hoy queremos recordar todos los cuentos e historias basados en mujeres que los narradores y las narradoras contamos: personajes reales o de ficción, históricos o inventados, contamos sobre reinas, princesas, campesinas o cortesanas, contamos historias sobre personajes terroríficos como La condesa Sangrienta, brujas o madrastras; o amables, sobre niñas, pequeñas cerilleras o bandidas aguerridas. Contamos sobre seres extraordinarios como gigantas, hadas, ninfas o sirenas (las de Andersen o las de la Odisea)... 

Contamos historias de mujeres pícaras; sensuales; sexuales; listas; tontas, enamoradizas; vengativas; modélicas; perversas; putas o santas, contestatarias; guapas; feas; flacas, gordas; insulsas o estrafalarias. 

Contamos sobre ellas sin pelos en la lengua, contamos los abusos cometidos hacia ellas o por ellas. Construimos historias en las que las mujeres son las protagonistas o las antagonistas; personajes principales o secundarios, mujeres que hemos conocido o que nunca conoceremos, pero que quisiéramos conocer porque en nuestro imaginario ya son tan reales como tú o como yo.

Quienes contamos luchamos contra los arquetipos y también los perpetuamos.

Por eso en un día como hoy quiero recordar lo que dice el artículo primero de Los Derechos Humanos:

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Eso incluye a las mujeres, pero no siempre ha sido así, ni en todos lados es así.

No es así ni en los cuentos.

Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer y parece una celebración más, igual que se le dedica una fecha al día del padre, al de la madre, al día del cáncer, al día del amigo, del trabajo… pero detrás de esta fecha hay una historia y ojalá fuese un cuento.

Fue hace ya muchos años, el 8 de marzo de 1857, cuando un grupo de obreras, mujeres que trabajaban en fábricas textiles, tomó la decisión de salir a las calles de Nueva York a protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban y se sucedieron numerosas marchas y protestas.

El 5 de marzo de 1908 Nueva York fue escenario de nuevo de una huelga muy polémica en aquellos tiempos. Un grupo de mujeres valientes reclamó la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral a diez horas y exigió un tiempo para poder dar de mamar a sus hijos y como protesta se encerraron en la fábrica Sirtwoot Cotton.

No sé el porqué, pero yo siempre las he imaginado encerradas en aquel lugar contando historias: para vencer sus miedos, para sentirse acompañadas, para matar esas tediosas horas de espera, para compartir eso que solo las historias contadas de viva voz nos entregan: la certeza de saber que siempre hay algo de ti en la historia contada y en el cuento escuchado, la certeza de saber que en los ojos de quien cuenta y de quien escucha hay una verdad que va más allá de lo cierto y lo incierto y que si te alcanza en el corazón permanecerá en ti para siempre.

Las he imaginado encerradas en aquel lugar contando cuentos que explicaban el mundo o lo mostraban, historias que les hacían recordar que ellas también podían ser las dueñas de su destino, que eran reinas que tomaban decisiones y no princesas sin poder de actuación, historias que les hacían ver que la riqueza no reside en tener o no tener y que la dignidad no conoce de clases sociales, historias que les recordaban que estaban en lo cierto al querer un mundo mejor para ellas y sus hijos y sus hijas y su reivindicación comenzaba en esos cuentos.

Más de un centenar de aquellas mujeres quedaron atrapadas en esa fábrica y murieron quemadas allí. El incendio fue atribuido al dueño de la factoría como respuesta a la huelga. 

El precio que pagaron por querer una vida mejor fue muy alto.

Hoy era el día de contar su historia.

Son muchas las mujeres que han preservado nuestra memoria colectiva como nos recuerda Pep Bruno en su artículo: “Algunas mujeres, todos los cuentos”

Somos muchos las narradoras y narradores que hacemos nuestras las reflexiones de Virginia Imaz en “Narrar el 8 de marzo o como empoderarse desde el imaginario colectivo”.

Hacer visible lo invisible sí está en nuestras manos, en nuestras voces. Casi siglo y medio después el mundo sigue lleno de mujeres que se enfrentan a los mismos abusos que aquellas.

En 1919 en la II Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague, más de cien mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Lo hicieron para que no olvidásemos la historia de quienes murieron por sus derechos y los de todas las mujeres del mundo y por la igualdad con los hombres.

Actualmente el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer (porque la mujer siempre trabaja).

Así que hoy no es una celebración cualquiera. 

Hoy no es un día más. 

Es un día para contarle al mundo que las mujeres contamos.

Para que los narradores y narradoras recordemos esta fecha. 

Es un día para tener presente que los derechos y las obligaciones que tenemos han costado mucho de conseguir. 

Es un día para decir alto y claro: Ni un paso atrás.

Y para celebrarlo la voz de tres mujeres:

La de Gloria Fuertes:

...pero todavía hay gente que se asusta,
se asusta cuando una mujer se pone las botas
para pisar mejor el barro,
se asustan porque somos listos,
porque Dios está con nosotros;
ven que nos quemamos y no comprenden las llamas;
porque componemos canciones previsoras
y al avisar gritamos;…”

La de Marguerite Youcernar:

Qui serait assez insensé pour mourir sans avoir fait au moins le tour de sa prison?
(¿Quién sería tan insensato como para morir sin haber rodeado al menos su prisión?)

Y la de Alejandra Pizarnik:

Una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.

Por último, la recomendación de tres cuentos, sobre tres personajes femeninos: Boule de Suif (Bola de sebo) de Guy de Maupassant, Ojos de perro azul de Gabriel García Márquez, El arte para los niños de Eduardo Galeano.

Paula Carbonell (Lyca)