Las personas que narramos historias de viva voz, tarde o temprano, tropezamos en nuestra andadura con el mitógrafo estadounidense Joseph Campbell, un autor referencial.  Recientemente, en un curso sobre narrativa terapeútica coordinado por Jordi Amenos volví a reencontrar a este investigador de culto. En su libro “El héroe de las mil caras” aborda el tema del viaje del héroe, como un monomito o patrón narrativo presente en las historias y leyendas populares. Según Campbell, el héroe suele pasar a través de ciclos o aventuras similares en todas las culturas y épocas, alrededor del mundo. Este viaje estaría resumido en la tríada: Separación - Iniciación - Retorno. Su obra es también una referencia obligada para quienes escriben historias para el cine épico.

Proponiendo el término monomito como estructura mitológica universal y aplicando los principios del Psicoanálisis como método de aproximación y el estudio de los símbolos y los arquetipos propuestos por Jung, Campbell presenta el viaje heroico como la historia más antigua del mundo, con una estructura básica entretejida de mitos, cuentos de hadas y leyendas que nos relatan cómo una persona se pone en marcha para dar cumplimiento a la gran tarea, la búsqueda de un tesoro difícil de encontrar.

Es la misma historia detrás de todas las historias conocidas, que se ha venido contando hasta el día de hoy en diferentes idiomas y culturas. No ha sido creada ni inventada por nadie en concreto, sino por el imaginario colectivo. Es un mensaje de sabiduría que procede directamente del alma. Podríamos decir que hemos traído este conocimiento con nosotros. Es una historia ejemplar, una parábola del camino que los seres humanos recorremos a lo largo de nuestra vida.

Muchos etnólogos, psicólogos y sociólogos han estudiado este tesoro escondido en nuestros mitos y cuentos de hadas buscando sus raíces. Fue precisamente el psiquiatra suizo Carl Jung quien realizó una interpretación muy esclarecedora de este fenómeno en la que nos dice que los temas comunes a estas tradiciones están conectados con el alma del ser humano. Es decir que no sólo tenemos características externas que nos individualizan, sino que tenemos un universo interior común al que dio en llamar Inconsciente colectivo. Este nivel que nos conecta es el de los arquetipos del alma, cuyas imágenes hemos traído con nosotros.

Los mitos se refieren siempre al desarrollo del alma, al pathos que acompaña el viaje del alma heroica, mientras viaja, desde formas obsoletas de la existencia, hacia los nuevos estadios de conciencia.

Los mitos del héroe de cualquier cultura o individuo, nos dicen qué atributos son percibidos como lo bueno, lo bello, lo verdadero (ideal platónico) y, por consiguiente, nos enseñan valores deseables culturalmente. Todos estos valores y modelos  cambian con el tiempo y la cultura.

Los héroes emergen siempre en épocas de muerte: de la identidad, de las formas sociales, de las religiones ortodoxas, de gobiernos, economías, psicologías, relaciones.

Al contestar el llamado de lo eterno, los héroes descubren el coraje de soportar las gestaciones, crecimientos, y traumas necesarios para un nuevo nacimiento. De manera que en la sociedad ellos sirven como parteras para el continuum de nacimientos necesarios para redimir  a la época y a la sociedad en que viven y llevarlos al siguiente nivel de evolución. Establecen los nuevos parámetros y records a alcanzar. Otro punto importante es que cuando la psique humana necesita evolucionar tiene que dar paso a la integración de la sombra (Jung). Por eso desde el punto de vista iniciático no hay viaje heroico, no hay camino del héroe si no hay encuentro con la sombra, descenso al infierno, confrontación con las fuerzas de la oscuridad.

Dado que la meta del viaje es la totalidad, veremos que cuando hablamos del héroe no sólo nos referimos al guerrero, si no que el héroe sufre un proceso iniciático, es decir, de transformación, a lo largo del viaje. Entonces un mismo héroe y, al igual nosotros, puede ser a la vez el huérfano, el vagabundo, el guerrero, el mártir o el mago, como por ejemplo, Odiseo.

Hoy, el mundo evoluciona hacia el arquetipo del Mago, un hombre que puede sanarse a sí mismo.

El viaje del héroe es siempre circular, o deberíamos decir, espiral y se produce muchas veces a lo largo de la vida.

Este esquema pone a funcionar las distintas etapas del viaje, considerando que cada una es también un nivel de la conciencia, y por lo tanto un arquetipo que el héroe necesita incorporar, actuar, dominar. Esto mismo puede ser aplicado a las diferentes situaciones de nuestra vida cotidiana. Asimismo cada arquetipo tiene una tarea que desarrollar y vive esa tarea como la meta de su vida.

En “El héroe de las mil caras”  Joseph Campbell distingue doce etapas en el viaje heroico:

1.- Mundo ordinario. El mundo normal del héroe antes de que la historia comience.

2.- La llamada de la aventura - Al héroe se le presenta un problema, desafío o aventura.

3.- Reticencia del héroe o rechazo de la llamada - El héroe rechaza el desafío o aventura, principalmente por miedo al cambio.

4.- Encuentro con el mentor o ayuda sobrenatural - El héroe encuentra un mentor, que lo hace aceptar la llamada y lo informa y entrena para su aventura o desafío.

5.- Cruce del primer umbral - El héroe abandona el mundo ordinario para entrar en el mundo especial o mágico.

6.- Pruebas, aliados y enemigos - El héroe se enfrenta a pruebas, encuentra aliados y confronta enemigos, de forma que aprende las reglas del mundo especial.

7.- Acercamiento - El héroe tiene éxitos durante las pruebas.

8.- Prueba difícil o traumática - La crisis más grande de la aventura, de vida o muerte.

9.- Recompensa - El héroe se ha enfrentado a la muerte, se sobrepone a su miedo y ahora gana una recompensa.

10.- El camino de vuelta - El héroe debe volver al mundo ordinario.

11.- Resurrección del héroe - Otra prueba donde el héroe se enfrenta a la muerte y debe usar todo lo aprendido.

12.- Regreso con el elixir - El héroe regresa a casa con el elixir (la sabiduría, la habilidad o el remedio) y lo usa para ayudar a todos en el mundo ordinario.

Cada individuo traza su propio y singular itinerario atravesando estas etapas. Carol Pearson nos dice: “… Los héroes emprenden viajes, enfrentan dragones y descubren el tesoro de su propia identidad…”

Eduardo Cirlot nos dice. “… desde el punto de vista espiritual, el viaje no es nunca la mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo. En consecuencia estudiar, investigar, buscar, vivir intensamente lo nuevo y profundo son modalidades de viajar o, si se quiere, equivalentes espirituales del viaje.”

En mi opinión lo que distingue al héroe o a la heroína es que no acaba la historia como la comenzó. Es heroico quien se mueve. Y es que los héroes son siempre viajeros, las heroínas, inquietas. El viajar es una imagen de aspiración, dice Jung, del anhelo nunca saciado, que en parte alguna encuentra su objeto. Señala luego que ese objeto es el hallazgo de la madre perdida. Pero el verdadero viaje no es nunca una huida ni un sometimiento, es evolución. Viajar es buscar.

En las reflexiones anteriores, he ido siguiendo a Joseph Campbell sobre “el viaje del héroe” como patrón funcional que se encuentra detrás de una historia poderosa. La cuestión sería: ¿realizamos hombres y mujeres el mismo tipo de viaje?

Identificar lo masculino exclusivamente con los hombres y lo femenino únicamente con las mujeres es, a mi manera de ver, un error frecuente en el análisis del mundo simbólico. Es protagonista de una historia quien se mueve, quien no acaba el relato como comenzó e independientemente de quién haga el viaje (un hombre, una mujer, una cafetera, un ratón…) quienes escuchamos, leemos o vemos una historia, vamos a identificarnos con quien haga el viaje seamos hombres o mujeres, jóvenes o mayores…

Ahora bien, también es un error común, obviar, negar o minimizar la existencia de un sesgo de género en la elección y valoración de la historia que contamos. Todo cuenta. También el sexo de quien hace el viaje, sus características, valores, dones, estrategias y recursos, la naturaleza de la misión para la que le convocan y cómo no, la construcción de sexo-género influye  también en la recepción de quien recibe la historia.

Las mujeres tenemos características que nos son propias y que van a determinar la mayor o menor resonancia con unos arquetipos o con otros. Como en la cultura que hemos heredado, “el hombre” es la medida de todas las cosas, las mujeres aparecemos, a menudo y en el mejor de los casos, como un anexo, un añadido, una nota a pie de página, como es el caso también de este texto. Aparecemos como excepción. La modernidad lo ha entendido así y cada vez más investigadoras revisan el material previo, que siendo interesante, no estiman completo, porque no incluye  lo femenino. Una de ellas, es una psicoterapeuta y profesora a quien admiro profundamente. Se trata de Maureen Murdock que escribió: “El viaje heroico de la mujer” a partir del estudio de Campbell. En esta obra se describe la trayectoria de una serie de patrones arquetípicos que se suceden en la vida de una mujer.

Todas nosotras podemos considerar nuestra propia vida como una historia que se desarrolla a través de una serie de experiencias cíclicas, cada una de las cuales tiene tres fases: separación, prueba (proceso de aprendizaje), retorno.

Comenzamos, también las mujeres, por el arquetipo del héroe. No tenemos otro modelo de “prestigio” para ser heroicas. Así, la heroína empieza a desarrollar habilidades masculinas, intenta abrirse camino en el competitivo mundo de la productividad y de la búsqueda del éxito. Las mujeres que nos encontramos entre los treinta y los cincuenta años, hemos transitado el estereotípicoviaje heroico masculino buscando la aprobación de la sociedad y de lo externo. Hemos pasado gran parte de nuestra vida buscando reconocimiento fuera de nosotras mismas: nuestros padres, nuestra familia, nuestra pareja, nuestros amigos. Es decir, depositando nuestra autoestima y bienestar en los otros. Muchas de nosotras nos hemos esforzado por cumplir con todos los mandatos patriarcales: tener una carrera profesional, ser independientes económicamente, obtener el éxito en lo que realizamos, etc. etc. Y cuando llegamos a este lugar de logros y metas alcanzadas, nos preguntamos ¿Para qué sirve todo esto? Tomamos conciencia de que hemos seguido un modelo que niega lo que en realidad somos.

Cuando en los relatos, las heroínas encuentran ese Tesoro del Éxito dentro de un mundo de varones, o tras haber empleado hasta la propia sangre en el intento, experimentan un profundo sentimiento de aridez espiritual, es entonces, al llegar a este momento de crisis, de cambio, cuando decidimos abrazar nuevamente nuestra verdadera naturaleza, recuperando nuestro valor como mujeres y sanando la herida de lo femenino. Y aquí empieza lo que podemos llamar el viaje post-heroico, él que nos lleva más allá del héroe. Según Maureen Murdock “Cuando una mujer decide dejar de jugar según las reglas patriarcales, no tiene indicadores que le digan cómo actuar y sentir. Cuando no quiere ya perpetuar formas arcaicas, la vida se hace emocionante, terrorífica.”

La heroína intenta entonces recuperar los valores propios y más genuinos de las mujeres. Busca la Diosa, la feminidad sagrada perdida o robada. Este acostumbra ser un período de, aparentemente, vagar sin rumbo, de dolor y de rabia, que no parece tener final.Algunas veces este viaje interno es consciente pero en otras ocasiones no lo es, generándose así en nosotras un significativo malestar emocional, conflictos con nuestros vínculos más próximos, enfermedades psicosomáticas y cierta insatisfacción que comienza a inquietarnos cada día más. Es así como, luego de enfrentarnos con el vacío al que nos arroja el modelo masculino, ya que nos hace sentir incompletas, salimos a buscar nuestra perdida alma femenina.

La heroína anhela volver a reunirse con su naturaleza femenina y a curar la ruptura Madre/Hija, la herida que resultó del rechazo inicial de lo femenino. Posteriormente, en este viaje evolutivo, intentará también la “sanación de lo masculino herido”, recuperando la naturaleza masculina, y hasta es posible ver que la heroína se convierte en una guerrera espiritual al final de este viaje. Se  trata de conseguir integrar, sin reservas, la parte masculina y la femenina, lo que significa la culminación de las energías y el no renunciar a nada de lo aprendido. El viaje de la heroína es un recorrido psíquico y espiritual que nos lleva finalmente a una totalidad donde se integran todas las partes de nuestra naturaleza. La heroína puede así navegar por las aguas de la vida cotidiana y escuchar las enseñanzas de lo profundo.

Ann G. Thomas, en la misma línea, ha escrito “Esa mujer en que nos convertimos”. A través de su experiencia y apoyándose en cuentos, mitos y leyendas, observa las fases y patrones que se suceden a partir de la mediana edad, cuando podríamos decir que comienza el camino hacia la vejez. Una primera tarea es descubrir el “oscuro femenino”, nuestra sombra. Es importante hacerlo porque esto puede convertirnos en mujeres sabias, en contraste con lo contrario, no encontrar esta sabiduría, que lleva al tono incisivo e iracundo de la bruja y de la hechicera malévola.

De igual modo la mujer tiene que saber encontrar el arquetipo de la “buena madre”, con todo el caudal de energía benéfica que ello significa para ella misma y para los demás. Una etapa culminante la ve también Ann Thomas en la integración del ánimus, un complemento de madurez necesario que aleja a la mujer de la agresividad, de la amargura o de la dependencia.

Y, aún más al final, señala al sentido personal que es indispensable dar a la vida: “encontrar la historia de la propia vida, y desde ahí, extraer sentido y sabiduría.”

Los cuentos tradicionales y los mitos clásicos tienen poderosos y diversos viajes heroicos que ofrecernos a las mujeres y a los hombres que deseen sanar también su lado femenino.  Para sanar(nos) es urgente rescatarlos, apropiárnoslos, revisarlos y compartirlos.

 

Virginia Imaz Quijera