Palabracuentero

 

Nicolás Buenaventura Vidal, Palabra de cuentero, Palabras del Candil.

 

 

Libros que hablan

 

Me gusta pensar que los narradores nos dedicamos a descubrir historias olvidadas que descansan en los libros, como en una especie de hibernación indefinida, para devolverlas a la vida y ponerlas de circulación de boca en boca. Pero ¿cómo trasladar la palabra viva de un cuentero a los libros? Eso es algo que se me antoja muy difícil, tanto como conseguir que un libro hable. Y sin embargo, sucede.

O por lo menos, diría que algo así me ha sucedido con Palabra de cuentero, de Nicolás Buenaventura Vidal, un libro tan hermoso como inclasificable. Resulta difícil hacer sobre él una reseña al uso, pues para explicarlo debería citarlo palabra por palabra, y eso, además de estar penado por la ley, os privaría del gran placer del descubrimiento personal. Que no os asuste el nombre de la colección (En teoría), no se trata de un manual de uso para cuenteros, yo más bien lo calificaría como "indicado para todo tipo de seres vivos". Y no puedo decir nada más. Dejaré, pues, que sea el libro quien hable.

Siempre me han fascinado los oráculos: de vez en cuando consulto el I Ching en busca de respuestas a alguna pregunta persistente, pero también me encanta abrir un libro al azar para entablar conversación con él, y un libro que se define como «24 relatos, 20 preguntas, 74 respuestas, 50 notas, 17 fotografías, 1 mapa, 1 receta de cocina, 7 notas al margen y 4 tigres» se presta a ello, invita a hojearlo sin rumbo fijo, con la mirada dispuesta a la maravilla.

Así fue como empecé a leerlo. Abría sus páginas al azar cada noche, antes de ir a dormir, y siempre me tenía reservada la sorpresa de escuchar (pues es un libro que más que dejarse leer, se deja escuchar) algún pensamiento, alguna experiencia relacionada con lo que me estaba sucediendo en la vida y en los cuentos. También se puede leer de cabo a rabo, como hice también después, para no dejar por leer ni una sola migaja, pero la lectura «oracular» sigue siendo mi favorita, y desde entonces sigue ahí, en la estantería de los libros más recurrentes, reclamando mi atención de vez en cuando. Es como conversar con Nicolás Buenaventura pero no sólo con él, pues al releer cada página es como si sus historias, sus retazos de vida, sus preguntas y respuestas, sus reflexiones, vistas bajo otra luz, cobraran vida, y tengo la sensación de estar conversando con el cuentero y sus palabras, alrededor de una hoguera.

Por eso hoy he preguntado al libro qué quería que dijera de él, y lo creáis o no, esta ha sido su respuesta:

«Cuento cuentos que no entiendo, que me superan, que me cambian, que me obligan a ser otro y busco dar cuenta, al contar, de la manera como esa historia me tocó, me perturbó, me cambió.»

¿Responde el cuentero o el libro? A mí me gusta pensar que los dos. De hecho, ya no me parece tan difícil eso de conseguir que los libros hablen. Y aunque he sido incapaz de hallar el cuarto tigre de la portada del libro, así tengo la excusa perfecta para seguir conversando con Palabra de cuentero de vez en cuando.

 

Artículo tomado del segundo número de El Aedo

Susana Tornero