Nicolás Buenaventura nos envía un relato de su nuevo espectáculo Dar a luz, la aventura del pensamiento 1ª parte que creó junto con los músicos Marta Gómez, cantante colombiana y guitarrista, Souleymane Mbodj quien participó en la primera versión del espectáculo cantando, tocando la guitarra y el djembé y posteriormente Hugo Candelario, músico que se encargó de la marimba, el saxofón soprano, la tambora y el cununo. 
Se trata de un espectáculo en el que la música es forma y tema, razón de ser y corazón. Consta de cinco partes: "ritmo", "melodía", (arrullo) "harmonía", "humedad" y "leer el pensamiento". 
El cuento que nos ha cedido está inspirado en varios motivos de la tradición y dentro del espectáculo ocupa el momento dedicado a la harmonía. 
Desde aquí nuestro más sincero agradecimiento a Nicolás Buenaventura por la primicia.

 

 

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El secreto

 

Vivo si estoy preso, 
si me soltás, me muero. 
Mientras me busqués existo, 
si me descubrís me pierdo.
¿Quién soy?

 

 

Hubo un hombre que supo el secreto. ¿Que cómo lo supo? Es un secreto, no lo conozco, si lo supiera, no sería un secreto. Secreto es porque secreto permanece. No conozco el secreto, conozco la historia. No es lo mismo, pero también sirve.

Este hombre que supo el secreto se estaba enloqueciendo. Saben cómo son los secretos, ¿no?… No hay quien los aguante, lo que quieren es decirse, correr, pero apenas corren, en cuanto son dichos, se mueren. 

¿Hay algo más suicida que un secreto?

El hombre adoraba el secreto, no quería dejarlo morir. Y el secreto crecía en su ser, lo desbordaba. Para que no se le escapara comenzó a inventar historias. Es verdad que lo conseguía; el secreto se enredaba en las entreveradas tramas que le urdía y cedía en su urgencia de escaparse. A fuerza de complicar las cosas, el hombre comenzó a decir incoherencias, retruécanos, propósitos incomprensibles y el secreto volvió a amenazar. Quería acontecer y morir. Nada hay tan tenaz como un secreto. El hombre vivía agotado. ¡Qué cansancio!

Se refugió en el silencio, en el mutismo. El remedio resultó peor que la enfermedad: el secreto comenzó a comérselo por dentro. Hasta que el hombre, vencido, no aguantó más y reveló el secreto.

Tuvo la audacia de contárselo al ser más puro y transparente; en secreto se lo contó al agua. El agua le entregó el secreto a la tierra y la tierra lo volvió vegetal, lo volvió mineral, lo volvió animal. Se lo entregó al viento y el viento lo hizo vibrar, lo elevó, lo puso a volar. El secreto se metió en las raíces, creció en los tallos y así silbó, con las primeras flautas. Engordó en los troncos y retumbó, con los primeros tambores. Fue parido, amamantado y resonó en los cueros, y en las cuerdas. Murió, se solidificó y vibró en los metales y en las piedras y en los caracoles… 

Todos escuchamos el secreto, lo transmitimos, lo tocamos, lo jugamos, lo cantamos, todo el tiempo. Está en nuestra voz, en nuestros ritmos, en nuestras melodías. Es la música, la forma más compleja del pensamiento, que todos hacemos todos los días y que nadie ha conseguido nunca descifrar.

 

Takata tin torca takata taketinka.

Secreto es porque secreto permanece.

 

 

Nicolás Buenaventura